lectures lleugeres d'estiu. El temps

Visitem la mare, el pare, la iaia, la tia... Fa un dia esplèndid. Un airet suau fa minvar la calor del sol que allarga les ombres. Fem la volta a les fileres de nínxols i vaig assenyalant imatges i noms, i recordo algun detall. Fa tants anys que he deixat el poble que conec més els morts que els vius; molts més morts que vius.

Aquest any ja no he entrat a la casa dels pares, amb finestres tancades i persianes abaixades als balcons. Potser m'he adonat que ja no hi tinc res a fer, que tot queda en la memòria, no entre les pedres o els senyals materials de vides passades. No sé si és una realitat o una claudicació temporal. Sigui el que sigui, penso que la geografia física i, sobretot, sentimental del poble em pertany ben poc. Què puc fer per tornar-hi? Hauria de reintegrar-m'hi? En tot cas, tot és -també- una qüestió de temps.

El temps! Assenyalava fa uns dies fragments de la novel·la, fins que vaig adonar-me que no acabaria mai. Ni tan sols recordo des de quan tinc la novel·la i perquè encara no l'havia llegida.

Destinat amaba el tiempo hasta el punto de quedarse viéndolo pasar, sin hacer otra cosa, en ocasiones, que estar detrás de una ventana, sentado en una tumbona de mimbre, o en un banco del parque [...] En momentos así, se lo podía confundir con una estatua.

Philippe Claudel: Almas grises.

I més:

Destinat acabo por coger la pequeña mano que le tendía y la retuvo entre la suya. Largo rato.
Una eternidad -nos dijo el alcalde más tarde- ¡una eternidad, i me quedo corto!

Ésa es la gran estupidez del ser humano, decirse siempre que hay tiempo, que podrías hacer esto o lo otro mañana, dentro de tres días, el año que viene, dos horas más tarde...
Y luego todo se muere, y nos vemos siguiendo ataúdes, lo que nos facilita la conversación...

A veces se quedaba mirando al cielo. Súbitamente pensativo, y meneaba la cabeza cuando gruesas nubes redondas manchaban con su blancura el azul puro. “Cabronas!”, decía, pero nunca llegue a saber si se refería a las nubes o a alguna otra cosa, lejana e invisible, que surcaba las alturas sólo para él. En fin, esto es todo lo que se me ocurre cuando pienso en Edmond. La memoria es curiosa; retiene cosas que no valen un pimiento.

La verdad es que me da igual lo que pase con los cuadernos. Voy por el número 4. No encuentro ni el 2 ni el 3. Los habré perdido, si no los ha cogido Berthe para encender el fuego en su casa. Qué más da. No me apetece releer. Escribo. Nada más. Es un poco como si hablara conmigo mismo. Me doy conversación, me hablo de otros tiempos. Intercalo retratos. Excavo sin mancharme las manos.