potser no cal títol

Feia en Francesc en el seu penúltim post -ara ja deu ser l'antepenúltim- una radiografia, una síntesi, de la generació que era jove a finals dels 60 -també principis dels 70, afegiria jo; també afegeixo que es pot veure material d'aquesta generació a La revolta poètica d'Arts Santa Mònica-, una època d'efervescència d'idees, de joves compromesos o descompromesos, o tot alhora. Després, ell mateix, concreta i valora la situació d'aquests joves en el moment actual. Suposo que tots els joves, en estils més o menys diferents, són molt semblants i segurament, al cap dels anys, en la majoria dels casos arriba el desengany, l'assimilació per part del sistema, etc. Potser una de les diferències més notables de les últimes generacions de joves respecte les anteriors és un sentiment de desesperança, de buit existencial, no momentani, com seria natural, sinó projectat al futur.

Sé que no m'explico prou, així que ho faré d'una altra manera. Copiaré un post d'una jove valenciano-finlandesa de 25 anys. Fa temps que la segueixo. Té una prosa de contingut i de forma potents, clara, directa. Amb poques concessions al lector perquè, sobretot, parla per i per a ella mateixa. Que estiguem més o menys d'acord amb la seua visió del món és secundari, l'important és que explica el que jo no he sabut concretar al final del paràgraf anterior i que sé que es correspon amb el que pensen, amb els matisos que es vulgui, un bon grup de joves, que tampoc no sabria precisar si són una gentada. Nosaltres, de moment, hem sobreviscut; ells sobreviuran? Tots segur que no.
imarts 28 de maig de 2013

Que me digan qué coño va a pasar con todos nosotros, cuánto tiempo más aguantaremos. Que me digan qué nos queda, si hay algún árbol al que agarrarse para que no se nos lleve esta riada. Si hace un año y medio me hubieran dicho que iba a estar aquí me hubiera reído, por lo imposible. Ahora ya ni siquiera lloro: tengo veinticinco años y ninguna, absolutamente ninguna esperanza de que el tiempo que me quede vaya a ser mejor que el tiempo ya vivido. 

 

Cada noche duermo en una cama distinta. A veces es un sofá, a veces es un colchón hinchable, a veces la vieja cama plegable del despacho de papá y mamá en la que se acostaban mis primos cuando teníamos cinco años y venían de visita, a veces cuando llega la hora de dormir y me preguntan dónde me voy a acostar sin molestar a nadie me voy a pasear hasta la mañana siguiente, porque ya no puedo decir “mi habitación”, porque mi habitación dejó de serlo hace mucho. No es fácil volver después de diez años con los bolsillos vacíos y el lastre de tres perros, no es fácil. Ni para el que vuelve, ni para quienes se quedaron anclados en una vida perfecta, una casa perfecta, una justa recompensa al esfuerzo de los abuelos para que pudieran estudiar. Ellos no tienen la culpa, eran otros tiempos. Pobres, pensaban que sería igual para nosotros. Y no lo es, ya no va a serlo. 

 

Yo tampoco la tengo, la culpa, me gustaría pensar… aunque tampoco sabría señalar culpables. Me gustaría, me gustaría ponerles cara y piernas y nombres y apellidos a todos los que de manera directa o indirecta nos han llevado –a mí y a miles como yo- a asumir tajantemente la desesperanza, a sumergirnos en el círculo infinito de la ociosidad, a la sucesión de los días sin atisbos de mejora, a resignarnos a que nada volverá a ser como antes, a que de ahora en adelante todo irá a peor. Y joder, aún me pregunto por qué no nos avisaron, por qué nos hicieron pensar que todo sería distinto. Nos enseñaron el caramelo, empezaron a retirarle el envoltorio, llegamos a olerlo y entonces… cuando alargábamos la mano para cogerlo, lo lanzaron lejos. Tan lejos que no llegaremos, nunca, a alcanzarlo. Y sólo nos quedará en la memoria el recuerdo de lo que pudo ser, y una eterna frustración. 

Se esperaba tanto de nosotros. Y teníamos tanto miedo a decepcionar. Por eso sacamos las mejores notas, hablamos varios idiomas, leímos todo lo escrito y más allá. Se esperaba que fuéramos unos putos genios y no vieron que no íbamos a tener lámpara. Y dónde metes ahora las expectativas, ¿te las comes, las cagas, y abonas el huerto? Porque al menos tienes un puto huerto y sabes que de hambre no vas a morirte. De aburrimiento quizá. De frustración. De vacío existencial. De envidia hacia quienes están mejor. Pero de hambre, no. Ya pasaba en guerra, cuenta el abuelo, que en Alcoi la gente pasaba hambre, pero en los pueblos no. Que la guerra era la guerra, pero los árboles seguían dando, las plantas seguían dando, y siempre había alguna gallina por el patio. 

No nos moriremos de hambre, dicen. Pero es que sólo de comer, qué quieres que te diga, tampoco se vive